Camino por un paseo marítimo, llevo una falda larga que arrastra la brisa nocturna estival. Se pega a mis piernas y ondea a mi paso, veo mis pies morenos, uno y otro, uno y otro, caminando en las sandalias mientras el mar se convierte en un runrún constante y lejano. La luz plateada de la luna se rompe en mil pedazos en el agua, la amarilla de las farolas baña el paseo, huele a sal, a mar, a mojado y a algas, a arena y a la noche veraniega que se cierne sobre la costa.