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Mostrando entradas de mayo, 2010

De cómo perder la cabeza y muchas otras cosas con ella.

Hubo una vez un hombre que no naufragó pero llegó a una isla. En realidad había malgastado miles de años de su vida buscándola y, habiéndola encontrado al fin, no quería separarse de ella. Pasó los siguientes años oteando el horizonte sin ver nada. Los barcos y aviones pasaban puntuales por el aeropuerto, pero él aseguraba vivir en una isla desierta. Sólo estaban él y su arena, él y sus palmeras, él y sus orillas. Conocía cada uno de sus rincones y ella cada uno de sus movimientos. Un buen día la isla se cansó de estar colonizada. Decidió volver a ser un territorio libre y echó a su inquilino para siempre. No le dio razones. No le pareció necesario. Él no quiso creerlo pero intentó irse, buscó puentes que la llevasen de ella a otras islas. En mitad de cada uno de ellos se aterrorizaba y volvía atrás. Pero atrás ya no estaba ella. Sólo había más puentes. Dicen que lo que le asustaba de ellos eran sus pretiles. Sin embargo, nunca hubo ninguno, ni una mísera barandilla. La única persona q

Lo que tú quieras.

Roto, deshilachado, desmadejado, como un pañuelo demasiado viejo, como una marioneta sin dueño. Hecho trizas, desgarrado, como un corazón enfermo. Corrupto, podrido. Arrancado y descarnado, como la carne, como la herida que deja entrever el hueso. Herido, rajado, descompuesto, desintegrado. Reducido a cenizas, quemado. Aplastado, espachurrado, triturado. Destruido, derruido, en ruinas, sin cimientos, hundido en el lodo más pestilente y espeso. Acabado, como un ejecutivo sin empleo. Muerto y rematado. Así lo dejaste. Tan manido que da asco. Pero da igual, no importa nada. También lo dejaste esperanzado.

Andare.

Dime que te vas, que no vas a volver. Dime que recogerás tus cosas y saldrás por esa puerta. Retorcerás el picaporte como si la vida te fuese en ello y nunca mirarás atrás. Dime que los recuerdos no existen, al menos no para ti, no para mí. Que nuestras vidas nunca se cruzaron, en ningún instante. Cuéntame cómo recorrerás las calles sin que ninguna vista te lleve a ningún momento. Enumera los lugares vacíos de sentimiento y luego visítalos, porque será la primera vez que lo hagas. Nunca hubo otra, nunca pudo haberla. Susúrrame lo que no hicimos, lo que no planeamos, lo que nunca hablamos. Escribe lo que nunca te dije. Luego quémalo y mientras mires el papel en blanco acuérdate de cuánto no te importaba. Sal por esa puerta y nunca mires atrás, porque atrás, ya te lo dije, no hay nada.

La vida da vueltas, pero no vuelta atrás.

Existe un punto de inflexión que todo el mundo ansía y todo el mundo esquiva. Lo deseas de los otros y lo evitas por tu parte. Estoy hablando del momento en el que las cosas se complican. De la mañana en la que te despiertas y las cosas han dejado de ser banales. Un instante compartido sin retorno. El momento en el que por primera vez con una persona, una conversación deja de ser intranscendente para empezar a hablar de sentimientos. Lo que quiero contar hoy son las veces en que esto pasa. Cada vez menos. No hay amistad antes de este punto y sin embargo, con cada año que pasa cuesta más superarlo. Las inflexiones sin capacidad de retorno dan miedo. Mucho. El mismo que las cosas definitivas. Hay quien dice que nada es permanente. Yo te diría que hay ciertos cambios que lo son, para bien o para mal. Y este es uno de ellos.

Puipi.

El señor pollo es mi periquito. Es azul, ligeramente rellenito y tiene aires de dictador nazi. Cuando se dedica a dar órdenes desde lo alto de su jaula lo llamamos Führer pollo, pero hoy he decidido llamarlo Puipi. Es por el ruidito ese raro que hace cuando pía, nada especial. Ahora mismo lo está haciendo, aunque por el énfasis que le pone podría estar arengando tropas, ejércitos y ese tipo de cosas. A falta de cetro, golpea su pico contra los barrotes, con furia, enfatizando cada una de sus palabras. Sin embargo, pudiera ser que, debido a su origen tropical, hubiese descubierto un nuevo ritmo caribeño y lo estuviese probando ante mis pobres y maltrechos oídos. Esto, señores, me temo que continuará siendo un misterio. Lo que realmente me preocupa es una costumbre que ha adquirido hace poco. Fürer pollo se coloca en la entrada de su jaula, culo dentro, pico fuera, patitas agarradas al borde del precipicio, plumas erizadas y mirada de inocencia pollil. Ciertamente una versión en miniatur

Ella gritaba.

Sus blancas manos sobre la mesa abarrotada de gente no demasiado especial. La mirada perdida en algún fascinante punto del infinito que nadie más parecía notar. Gritaba. Mientras caminaba perdida por las calles de cualquier ciudad. Mientras te hablaba. Mientras se cortaba el pelo en largos mechones que parecían, por un momento, flotar. Gritaba. Lo hacía en silencio. Sólo ella sabía cómo se crispaba su voz interior cada minuto del día y cómo la dejaba exhausta al final de éste, con la mente tan cansada y el cuerpo tan joven e intacto. Lo hacía porque deseaba algo imposible. Nada más. Una vez fue un sueño que se repitió demasiado en alto y dejó de ser cierto, se convirtió en algo tan imposible como gritar en silencio. Tánto como que se reconcilie el agua con el aceite, como una acompañada soledad. Tan imposible como que esta cara de la luna pueda ver su otra faz.